28/10/10

El Salvador a la cabeza en muertes por alcohol en el mundo

El viernes 3 de junio de 2005, en el barrio San Jacinto, en la zona sur de San Salvador, dos hombres habían sido asesinados por un compañero de trabajo, luego de que este fuera reprendido por su superior –uno de los fallecidos– por haberse presentado a su lugar de labores en condiciones “no aptas para trabajar”. Su lugar de trabajo era el puesto de la Policía Nacional Civil (PNC) del barrio San Jacinto, tanto el atacante como sus víctimas eran agentes policiales y las condiciones “no aptas” en las que el agente había llegado, después de tres días de licencia, eran las de ebriedad. Se expresaba de forma incoherente, según una de las notas periodísticas que reportaron lo ocurrido. Y cuando su superior le exigió entregar el equipo porque no podía trabajar en ese estado, el agente respondió con su arma de fuego.

El subinspector Carlos Escobar y el agente Thomás Juárez, a mano de su compañero José Campos, pasaron aquel viernes a formar parte de las cifras de muertes relacionadas con el consumo de alcohol en El Salvador. Campos, baleado en el intercambio de disparos que él mismo inició, también se les sumó como una víctima mortal.

El hecho no tenía mucho de insólito, a juzgar por las cifras del Instituto de Medicina Legal (IML). Sus protagonistas, quizás, eran los que le ponían el adjetivo de curioso, pues lo cierto es que la ocurrencia de este tipo de episodios en los que el consumo de alcohol se combina con homicidios es frecuente en El Salvador. Solo en 2005, año en que murieron los agentes policiales de San Jacinto, en 12 de los 14 del país hubo 708 homicidios en los que fue factor el consumo de alcohol.

Los datos del IML más recientes en los que se relaciona asesinatos con alcohol corresponden a 2005, pero los totales no incluyen los departamentos de La Libertad y Chalatenango. Y quizás convendría al país ponerle atención al asunto pues ya hay tablas comparativas en las que El Salvador aparece como el país con mayor incidencia en muertes por alcohol en todo el mundo. Muy por encima del resto del mundo, aun cuando las cifras de otras naciones posiblemente padezcan del problema del subregistro, según World Life Expectancy, que procesa las cifras oficiales de 192 países.

Los 708 homicidios, incluso sin esos dos departamentos, representaron ese año -cuando El Salvador se convirtió en el país más violento de América- casi una quinta parte (18.6%) de los 3 mil 812 homicidios que ocurrieron ese año.

Si tomamos en cuenta solo esta cifra de homicidios asociados al alcohol en relación con el total de la población salvadoreña de ese año, la tasa fue de 12.33 por cada 100 mil habitantes. Esto significa que las probabilidades de morir asesinado y que el alcohol interviniera eran de más de 12 por cada 100 mil habitantes, o sea más de 1 por cada 10 mil.

La tasa de 12 clasifica, según los parámetros de la Organización Mundial de la Salud, como "epidemia", pues le da ese título a las tasas que superan los 10 homicidios por 100 mil habitantes.

Un problema con muchos costos

El alcoholismo, según la Organización Panamericana de la Salud (OPS), es un “trastorno mental que produce una afectación orgánica debido a la dependencia a una droga lícita”. Esta dependencia, dice, puede acarrear importantes consecuencias de salud, incluyendo diversas formas de cáncer, enfermedad crónica hepática, enfermedades cardíacas y lesiones en el sistema nervioso.

Y aunque quizás los casos más conocidos son los de un impacto en la salud humana por consumo prolongado, también hay el riesgo de que provoque muertes fulminantes por una intoxicación aguda, dice José Ruales, representante de la OPS en El Salvador. “Hay ocasiones en que el alcohol incluso puede actuar como un tóxico muy rápido, hay formas de lesiones hepáticas en las que la persona puede morir la primera vez que ingieren alcohol, porque el alcohol es una sustancia química extraña, es un elemento tóxico”.

Y si las muertes violentas en las que está involucrado el alcohol ya tiene carácter de epidemia, al añadir estos padecimientos, la tasa de mortalidad relacionada con el alcohol en El Salvador adquiere niveles mayores incluso a nivel internacional. En el año 2005, las muertes por enfermedades asociadas al consumo de alcohol sumaron 668, y fue el alcoholismo crónico (durante un tiempo prolongado), con 399, el trastorno que más aportó a la cifra. Le siguieron la intoxicación alcohólica (123), la cirrosis hepática (56), el sangramiento del tubo digestivo superior (53), la insuficiencia hepática fulminante (26), la encefalopatía hepática (6) y la hepatitis alcohólica (5).

Si esas muertes se suman a las de homicidios, la tasa de muertes pasa de un poco más de 12 a 20 por 100 mil habitantes.

Desde entonces hasta ahora, los datos en las tablas del IML sobre este tipo de mortalidad no han variado demasiado. En 2006 el total de muertes por enfermedades provocadas por el alcohol fue de 737, en 2007 de 650, en 2008 de 692 y en 2009 de 575. Y con seguridad estas cifras representan un subregistro de la realidad.

“Y nosotros en Medicina Legal registramos solo entre el 15 y el 20% de las muertes por enfermedad, porque como aquí hay tanta violencia y nuestra prioridad es el registro de homicidios, los médicos forenses no nos alcanzan para seguir todos los que son por enfermedad”, explica el responsable de las estadísticas del IML, Fabio Molina, para ilustrar que el dato debe ser todavía mayor.

Con tal ocurrencia de enfermedades producidas por bebidas alcohólicas, el sistema público de salud ha expresado también en algunas ocasiones la importancia de abordar el problema desde un enfoque de salud pública. “Ratificamos que el alcohol es factor causal de problemas sociales y daños a la salud de las personas, cualquiera que sea su presentación, y tiene un gran impacto en el presupuesto de salud”, dijo hace cerca de un mes la ministra de Salud, María Isabel Rodríguez, en la presentación que hizo en la Asamblea Legislativa durante la discusión sobre el aumento al impuesto a las bebidas alcohólicas.

El Ministerio de Salud tampoco cuenta con un registro preciso de todas las muertes hospitalarias en el sistema que ocurren debido al consumo de alcohol, pero sí maneja un estimado de los costos que estas enfermedades acarrean a la red pública. “Las hospitalizaciones por las morbilidades producidas por el consumo de alcohol implican una inversión anual de alrededor de los 3 millones de dólares en hospitales del Ministerio de Salud Pública”, sostiene esta cartera, en un informe conjunto con la OPS, elaborado este año.

Según este documento, el año pasado el Ministerio tuvo que cargar con 2 millones 886 mil 674 dólares en concepto de “egresos producidos por pacientes con enfermedades producidas por el alcohol”, mientras que en 2008 estos habían sido de 3.2 millones. En 2007 había sido igual, y en 2006, 2.4 millones de dólares.

Esos números son los que dan sentido a castigar la ingesta de bebidas alcohólicas con el pago de un impuesto adicional, que aspira a compensar los costos sociales de los daños que provoca.

Aunque no toda la mortalidad asociada a esta sustancia está directamente relacionada con personas en situación de dependencia, sí se ve influenciada incluso por aquellos a quienes puede identificárseles solo como “consumidores”. Es que estos, si combinan el consumo con el volante u otras prácticas peligrosas en presencia del alcohol, pueden convertirse en “bebedores de riesgo”.

Alguien en esta categoría, explica Mario Meléndez, de la OPS El Salvador, “puede ser cualquiera de nosotros, alguien que consume más de dos copas de alcohol a la semana de forma rutinaria, y que también se asocia a otros factores de comportamiento, como que bebe sola o que maneja y está con altas posibilidades de sufrir un accidente de tránsito”.

En 2005, esta combinación de factores produjo 140 muertes en accidentes de tránsito, 13 por asfixia por sumersión y 7 por caídas accidentales. El IML registró además 65 suicidios en los que se detectó presencia de alcohol, además de otras 10 muertes por causas indeterminadas en las que también hubo consumo de bebidas alcohólicas y otras 5 por traumas sin especificar.

Al sumar todas estas muertes accidentales, las de enfermedades asociadas al consumo de alcohol y las de homicidios en los que víctimas o victimarios se encontraban con algún grado de ebriedad, tenemos que en 2005 hubo mil 625 muertes relacionadas con el alcohol, dando una tasa de 28.3 muertes por cada 100 mil salvadoreños.

¿Líderes mundiales?

Con una tasa que ha rondado entre los 60 y 70 homicidios por cada 100 mil de sus habitantes, El Salvador ha ocupado en los últimos seis años uno de los penosos tres primeros lugares en el ránking de los países más violentos de América. Y con una tasa de 28.3 muertes por cada 100 mil salvadoreños relacionadas con el consumo de alcohol, parece ser que se gana también otra subida al podio mundial.

Eso es al menos lo que indican los datos oficiales que recoge el sitio World Life Expectancy, que construye, a partir de información de la Organización Mundial de la Salud, ránkings de mortalidad asociada a distintos factores en 192 países de todo el mundo.

Según su ránking de mortalidad relacionada con el alcohol, "basado en la información oficial más reciente disponible", incluso con una información menor a la que maneja Medicina Legal, El Salvador se sitúa como el país con la tasa más alta del mundo entero, con 22.8, es decir seis menos que la registrada por el IML. No pasa como un dato menor en ese ránking, si se considera sobre todo que la tasa a partir de la cual ya se le califica como “muy alta” es de 3.1 muertes por cada 100 mil habitantes.

Los vecinos centroamericanos de Guatemala, Honduras y Nicaragua les siguen en ese orden en la tabla, con tasas de 14.7, 13.7 y 10.5, respectivamente.

¿Es este ránking realmente representativo cuando a nivel mundial hay grandes países a los que tradicionalmente se les identifica como altos consumidores de alcohol? Para el mismo director de World Life Expectancy, Tom LeDuc, esto puede relativizarse, en virtud de que el subregistro en la información no es exclusivo de El Salvador.

“A pesar de que no puedo cambiar la información disponible, sí puedo cuestionarla”, dice, “porque parte del problema es cómo algunos países reportan su información a la OMS. Muchos, incluyendo Rusia, intentan esconder su problema de alcohol distorsinando sus datos”.

Es por esto, sostiene, que aunque El Salvador aparezca como el primero en la tabla, ello no necesariamente significa que es así en la realidad, a pesar de la gran distancia que le saca al segundo lugar.

Aun con esa salvedad, el representante de la OPS en El Salvador apunta también otro factor con el que nota que, aun siendo un país con menos consumo que otros, incluso como la cercana Costa Rica, El Salvador sí puede ser uno de los países con más alta mortalidad relacionada con el alcohol en la región. “Eso depende también de otras normas, porque hay sociedades donde puede haber un consumo alto, pero las regulaciones, por ejemplo, en las leyes de tránsito, son más estrictas. Si las leyes de tránsito son más flexibles es muy probable que eso cause mayor mortalidad a otras personas, no solamente a los alcohólicos”, explica Ruales.

¿Y será que en El Salvador hay una buena disposición para aplicar medidas que restrinjan el consumo y ayuden a reducir el problema? Luego de un silencio de cinco segundos, un suspiro y una mirada a su compañero, como buscando ayuda para contestar, Ruales opta por una respuesta diplomática: “Yo creo que hay avances, pero yo creo que hay muchas cosas que hacer todavía. De nada sirve, por ejemplo, sacar una ley que dice que la venta de alcohol no se puede hacer a menores de 18 años si no hay una forma de regular y de castigar a los que incumplen la ley”.